29 de abril de 2015

Cultivar la unidad que es fruto de la solidaridad

Por Manuel E. Yepe

Cuando se valora el desempeño de los gobiernos populares que han llegado al poder en América Latina a contrapelo de los intereses de las oligarquías nacionales y a despecho de haberlo hecho en el marco de sistemas electorales elaborados en función de favorecer las posibilidades de esos intereses, rara vez se toma en consideración una regla fatal: que una vez que estos líderes han alcanzado el poder por la voluntad popular, se ven obligados a alterar sus prioridades para dar la primacía a la lucha por la supervivencia de sus proyectos revolucionarios.



En tales circunstancias, éstos jóvenes gobiernos enfrentan a un enemigo interno que controla todos los resortes para el ejercicio del poder sin siquiera verse obligado a justificar sus acciones contrarrevolucionarias.

Comoquiera que para que una revolución sea cierta el primer requisito es que sea capaz de defender su supervivencia, cuando arrecian contra ella los ataques en la etapa inmediata a su llegada al poder, los movimientos revolucionarios se ven forzados a revocar la precedencia de sus programas de beneficio popular para concentrarse en la defensa política y militar del proceso.

De hecho, las amenazas y presiones iniciales que deben enfrentar los procesos populares constituyen agresiones en sí mismas, porque obligan a los agredidos a relegar a otro plano la razón de ser del proceso redentor, que es la de trabajar por el bienestar espiritual y material de toda la población, especialmente de los más preteridos.

Mediante intimidaciones, chantajes e imposiciones en los que se hace evidente la convergencia de los intereses de las oligarquías nacionales con los del imperialismo, se trata de restar apoyo al proyecto libertador, o al menos evitar que se sumen nuevos factores a la corriente de respaldo popular al proceso de cambios que se inicia y que depende para su victoria de la ventaja numérica de los adherentes a su causa.

Las acciones dirigidas a obstaculizar el trabajo de los nuevos gobiernos progresistas abarcan diversas formas de intromisión en los asuntos internos del país revolucionario: campañas mediáticas difamatorias tanto en la propia nación como internacionalmente, provocaciones, promoción de traiciones y deserciones, fomento de conflictos en las relaciones con sus aliados, actos diplomáticas hostiles y muchas otras en las que la impaciencia de los dirigentes revolucionarios a menudo sirve a los propósitos del agresor. En última instancia, el objetivo de esta política de presiones y amenazas es tratar de llegar al pueblo de la nación que ha llevado al gobierno a un movimiento progresista con un mensaje cuyo propósito es hacerle creer que la disyuntiva que enfrenta no es “quedarse como está o aspirar al bienestar espiritual y material que prometen los revolucionarios” sino “arriesgar lo poco que se tiene en aras de beneficios irrealizables”. O, lo que es lo mismo, "llevarles a desconfiar de la capacidad propia de asumir la solución de los problemas que entorpecen el desarrollo político económico y social de sus patrias porque tal cosa depende de factores históricos imponderables”.


El desarrollo reciente de los acontecimientos políticos en nuestra América muestra que las fuerzas revolucionarias y progresistas ya son capaces de asumir el enfrentamiento a las maniobras y presiones en la etapa de consolidación en el poder porque a sus potencialidades se ha sumado la posibilidad de contar con la fuerza que emana de el apoyo recíproco que les aporta el hecho de que ya son muchos los pueblos que en mayor o menor medida, con su independencia, están en condiciones de sumarse a un esfuerzo común.

La unidad de las filas propias y la unión solidaria de los pueblos que, en similares circunstancias escogen el apoyo común como escudo requiere, por supuesto, mucha serenidad para evitar caer en las trampas de los poderes hegemónicos.

Los conflictos inter-capitalistas se resuelven siempre con el capital como árbitro, pero cuando se trata de discrepancias entre iguales soberanos, siempre serán los intereses fundamentales de los pueblos los llamados a aportar las soluciones solidarias.

De ahí que jamás será tiempo perdido el que dediquen los líderes de estas naciones recién llegadas al ejercicio de la verdadera independencia a cultivar y proteger cada avance que se logre en el camino de consolidar la solidaridad y la unidad de sus pueblos como primera garantía de su seguridad común con independencia de las circunstancias diferentes de cada uno.

Y jamás será demasiado el apoyo y la confianza que se brinde a estos gobiernos recién llegados al ejercicio real de su soberanía nacional, para que lo hagan sin injerencias ni intromisión de tipo alguno en la proyección de sus propios caminos.


Fuente:
Enviado por la Red en Defensa de la Humanidad. 

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