17 de enero de 2015

Médicos de Cuba en África: una reserva moral para la Humanidad... sin que sea noticia

Por José Ignacio Antón. Enviado por Cubainformación.

Basado en un texto de Enrique Ubieta Gómez - Blog “La isla desconocida” (Cuba).

Médicos de Cuba en África: una reserva moral para la Humanidad... sin que sea noticia
Un médico cubano, con varias misiones de cooperación solidaria ya cumplidas en Guatemala, Venezuela y Haití, recibe a una persona en su casa de La Habana. Y le pregunta: ¿viajarías mañana a Liberia, Guinea Conakry o Sierra Leona, a combatir el ébola?
El médico apenas lo piensa: acepta. En tres horas tiene su maleta hecha y se despide de su familia. En esos mismos días, varios miles más acuden a las Direcciones de Salud Municipales a ofrecerse también como voluntarios.
Uno de esos doctores cubanos, Iván Rodríguez, explicaba qué siente un médico en ese momento: “Tus hijos están dolidos, pero se sienten orgullosos. Tu compañera está triste porque te vas, (...) pero también se siente orgullosa”. Cuando nos preguntan si estamos dispuestos a atender a pacientes con ébola en África –explica- a nadie se le ocurre preguntar cuánto le van a pagar.

Una periodista cubana preguntaba a otro médico cubano en Liberia, a Ronald Hernández Torres, si su ejemplo solidario les convierte en personas extraordinarias. Su respuesta era tan natural como explícita: “Somos personas comunes y corrientes, pero educadas bajo los principios de humanismo, altruismo e internacionalismo. Es eso lo que nos tocó” por haber nacido en Cuba.
Y es que estas personas son la prueba de que, en Cuba, con todas sus complejidades, existe una enorme reserva de solidaridad. Una reserva moral que hoy ya pertenece a la Humanidad entera. Aunque no sea noticia internacional.
Las reservas morales
Un excelente pelotero cubano abandona su equipo ganador en plena temporada beisbolera y se escabulle hacia un país desconocido. Su razón: vender como agente libre su fuerza de trabajo deportiva a las Grandes Ligas. Por las recientes cifras pagadas a otros coterráneos y ex compañeros del equipo nacional –que “escaparon” antes, como él–, podría aspirar con justificada razón a embolsarse una cifra superior a los cuarenta millones de dólares. El pelotero no puede acceder a un contrato similar desde su país, porque el gobierno estadounidense prohíbe que sea contratado si antes no escenifica el show mediático de una “fuga”, y politiza su decisión. Prohíbe incluso que las federaciones latinoamericanas, subordinadas a las Grandes Ligas, lo contraten, si antes no deserta.
Ante la disyuntiva, elige la “fuga”, es decir, asume que la pelea no es suya, sino entre los gobiernos de Cuba y de Estados Unidos. Lo hace, sabiendo o desconociendo (qué importa, para los adultos no vale la inocencia) que las Grandes Ligas pagan su calidad y al mismo tiempo, el progresivo desmantelamiento del deporte alternativo en Cuba, y que el gobierno enemigo lo recibe y exhibe como “refugiado político”. No está de moda la palabra, pero (se) traiciona. Algunos conocidos dicen, encogiéndose de hombros: es inevitable, nada podemos hacer frente a la fiesta de los millones. El dinero manda. Y es obvio que Cuba jamás podría ni querría pagar esa suma (si la pagara, ella misma habría desmantelado el deporte alternativo). ¿Y qué importancia tiene para unos u otros su existencia? Pues que es una de las expresiones más exitosas de las nuevas relaciones anticapitalistas creadas por la Revolución.
Las medallas que Cuba obtuvo durante décadas en Olimpiadas y campeonatos del orbe eran de verdad, aunque la propaganda enemiga trata de disminuirlas. Junto a esas medallas están los records de nuestros atletas. Y la decisión de estos de no traicionar el espíritu antimercantil del mal llamado deporte amateur. ¿Cuántos millones rechazaron Teófilo Stevenson y Omar Linares, o más recientemente Alfredo Despaigne, para solo citar algunos ejemplos? Hoy, los peloteros y deportistas cubanos son reconocidos como profesionales, eso está bien, lo que no significa que estén sujetos a las leyes del profesionalismo, es decir, del mercado, lo cual está mejor. Sí, es una manera conciente de ideologizar la pelota, de preservarla como juego sano, porque si no la ideologizamos, la ideologiza el mercado: transforma el juego sano en mercancía. “Sí, soy revolucionario”, dijo firme y claro Antonio Muñoz, el Gigante del Escambray, en Miami, a los interesados aduladores. “Con lo que gano en Cuba vivo”, agregó.
Hoy, nuestros peloteros ganan un salario digno que se incrementa según el rendimiento, y reciben otras facilidades materiales, pueden contratarse en el circuito profesional japonés, y –acaba de suceder con algunos de ellos– ganar en apenas una temporada hasta un millón de dólares. Pero no basta, dicen. Cuarenta millones son más que un millón. La guerra es asimétrica, porque el desafío se plantea en el terreno de los intereses materiales, que es el de ellos. Replanteémosla en el nuestro: el de la conciencia. O se construye una muralla de principios, de razones, de afectos, o habrá triunfado la cultura del tener, el “todo vale” capitalista. ¿Acaso es inevitable?
II
No puedo decir qué piensa o siente un médico cubano, intensivista, con varias misiones cumplidas (Guatemala, Venezuela, Haití), cuando alguien aparece en su casa, el día de su descanso, y le pregunta sin miramientos: ¿partirías mañana para Liberia, o para Guinea Conakry o para Sierra Leona, a combatir el ébola, la epidemia más letal que enfrenta hoy la Humanidad?, ¿pondrías en riesgo tu vida por esa causa? Pero puedo contar lo que, a veces, sucede: el médico acepta y en tres horas empaca y se despide de padres, esposa e hijas. Se une en La Habana a otros cientos que también han aceptado.
La prensa de la contrarrevolución –no la global, la que cotidianamente reproduce los valores de la insolidaridad, sino la subalterna, la mediocre prensa que se empeña en desmantelar la Solidaridad cubana, y elogia la actitud de los peloteros que por cuarenta millones o más, creen que es lícito hacer cualquier cosa–, intenta atemorizar a sus familiares, e insinúa sin pudor que esos médicos y enfermeros viajan forzados por “el hambre”, a cambio de un pago escasamente superior. Para los cínicos, es una respuesta tranquilizadora. Los que se encogen de hombros ante cada deserción, porque, dicen, “hay que adaptarse al mundo en que vivimos”, suspiran complacidos.
Como no puedo decir qué piensa o siente un médico cubano que decide arriesgar su vida, reproduzco la respuesta del doctor Iván Rodríguez Terrero –la suya, no la de otra persona interesada– en una entrevista que le hiciera la periodista Yuliat Acosta para La Calle del Medio:
“Soy consciente de que es una misión a la que sabemos que vamos, pero de la que no podemos garantizar el retorno. (…) Tus hijos están dolidos, pero se sienten orgullosos. Tu esposa está triste porque te vas y a veces las misiones traen miles de dificultades, pero a la vez se siente orgullosa. Y que mis hijos digan: ¡mi papá fue a cumplir una misión arriesgada, tuvo el valor de ir!, sirve de estímulo también para tu familia.
(…) Cuando a nosotros nos dijeron del Ébola, nadie preguntó: ¿nos van a pagar? Nunca me ha preocupado eso. Mira, si me hubiese interesado el dinero hubiese dicho: no, espérate, no voy. Yo tengo ya un poco de misiones de riesgo, tengo derecho a cumplir una misión compensada con mejores condiciones. Te digo más, yo estaba de certificado, tengo un dedo del pie fracturado, eso aquí no lo sabe nadie, y me dije: ¡me voy!”
III
Esos médicos y esos peloteros, los que rechazan las ofertas que pisotean principios y los que las aceptan, viven en la misma sociedad. El problema no es que alguien quiera ganar mucho dinero, es lo que estaría dispuesto a hacer para ganarlo, qué entregaría a cambio. Habrá que construir consensos para la Cuba socialista que queremos y rechazar los que construye la globalización capitalista. Los consensos no son verdades. Fidel es irrepetible, pero ello no significa que debamos domeñar los sueños. Los que creen que las cosas sin él ya no pueden ser, no confían en el pueblo, en su historia heroica (ni entendieron a Fidel). Es lo que cree el imperialismo, por eso podemos vencerlo. Los cientos de médicos y enfermeros que partieron hacia África, son una prueba irrefutable: en el pueblo hay reservas morales que esperan, que necesitan ser convocadas.

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