26 de abril de 2014

Ni Dios, ni amo, violencia.

Por Benito Rabal

En una reunión del Instituto de mi hija, la Jefa de Estudios nos advirtió a los padres y madres que se habían dado varios casos de mareos y desmayos entre los alumnos debido a que muchos de éstos acudían a clase sin haber desayunado y aún más, sin haber cenado. Dijo que el claustro era consciente de la situación económica de algunas de las familias y ofrecían encargarse de solucionar esa carestía alimenticia con la mayor discreción. La escasa alimentación de esos niños y niñas, la vergüenza de esos progenitores por no ser capaces de remediarla y el sufrimiento de los profesores como testigos diarios que son, en España, país que ostenta un lugar en el mundo rico en el siglo XXI, eso es violencia.

Que las compañías suministradoras de energía hayan obtenido miles de millones de beneficios, mientras aumentan pavorosamente los casos de cortes de luz, agua o gas en los hogares españoles, obligando a las familias al frío y la insalubridad, eso es violencia.

Que, tras haber expoliado y seguir expoliando las riquezas de los países que están más al sur del sur del mundo y obligar a sus habitantes a abandonar su tierra y familia, coloquen vergonzosos muros de alambre de espino y cuchillas para evitar que entren en nuestro territorio en busca de las migajas que los saqueadores les ofrecen, eso es violencia.

Que los miembros de una familia mueran envenenados por inhalar los vapores de un herbicida que habían recogido de la basura junto a los desperdicios de comida con los que se alimentaban, eso es violencia.

Que otra familia, desahuciada de su casa, vuelva a ocuparla y se provoque un incendio al intentar calentarse con medios nada adecuados, porque otros no hay, y mueran cinco niños, eso es violencia.


Que se dé dinero público para asegurar las ganancias de un grupo de especuladores, enriquecidos también con dinero público, al haber construido miles de kilómetros de inservibles y faraónicas autopistas, mientras se niega ese mismo dinero a los que financiamos lo público, eso es violencia.

Que se recorte el presupuesto en sanidad pública a la vez que se privatizan servicios esenciales como los de análisis y bancos de sangre con el consiguiente beneficio de empresas ocultas bajo la faz del humanitarismo altruista como es el caso de la Cruz Roja, eso es violencia.

Que se niegue el derecho a la educación a través del recorte de becas, aumento de tasas o merma de profesores, al mismo tiempo que se desvía el dinero a colegios concertados o universidades privadas, condenando a nuestros jóvenes a un futuro predeterminado por esa hidra de mil cabezas llamada mercado, eso es violencia.

Que se impida a las mujeres decidir sobre su cuerpo, eso es violencia.

Que la Iglesia católica siga recibiendo miles de millones mientras hay hambre, eso es violencia.

Que el presupuesto de los cuerpos de seguridad –hay quien prefiere llamarlos de represión– haya aumentado en un 1.070%, mientras ha desaparecido prácticamente el destinado a, por ejemplo, dependencia, eso es violencia.

Que haya seis millones de parados, mientras aumentan los beneficios de la banca gracias a que nosotros –parados inclusive– hayamos pagado sus desmanes, eso es violencia.



Que el agricultor, corriendo con todos los riesgos, cobre 20 céntimos por los mismos tomates que en las grandes superficies cuestan 2 euros, eso es violencia.

Que en el pueblo donde vivo, de menos de diez mil habitantes, haya habido en un año ocho suicidios de personas agobiadas por las deudas contraídas gracias a esta descomunal estafa conocida como crisis, eso es violencia.

Tirar piedras también es violencia. Y a veces, rabia.

Ya lo decía una copla popular de finales del XIX: “Tiro piedras a la calle y al que le dé, que perdone, pero tengo la cabeza loca de tantas cavilaciones”.

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